lunes, 30 de octubre de 2017

Coco


Qué bella carta fraterna le regaló Pixar a México con su nueva película, aunque nombrarla una carta de amor sería quizá más pertinente. Qué bella historia, con tantos detalles mexicanos. Ahí están muchos pueblos de este país trasladados a la animación de forma magistral. Ahí está esa chancla que no sé si los niños de ahora conocerán, aunque a mí nunca me la aventaron pero sí que golpeó mis nalgas varias veces.

Ahí están nuestros panteones vivos, repletos de flores, música y gente. Quedó para la eternidad y para el mundo una de nuestras más bellas tradiciones, esa que dice que una vez al año nuestra gente regresa del más allá para degustar de lo que en vida gozaban: tequila, tamales, mole, arroz, pulque, pipián o cualquier otra delicia. Cuando las calles se visten de calaveras pero nadie las teme, también el chocolate toma la forma de la huesuda para recordarnos que nadie se salvará de quedar así. Ahí están también las familias mexicanas, unidas (casi todas), matriarcales, de abuelas que te demuestran su amor con comida así seas su nieto más remilgoso.

Ahí están también nuestros ídolos muertos (creo que Juan Gabriel estaría de no ser tan reciente su muerte): Pedro, Jorge, Cantinflas, el Santo, Frida.

La idea es muy simple: nadie muere realmente hasta que no queda nadie que lo recuerde, hasta que no queda nadie para contar esas historias pasadas por tantas bocas cargadas de admiración y asombro. Y pienso en mis pequeñas primas hablándome de mi abuelo con tal veneración como si hubieran tenido el placer de brindar con él el día de su cumpleaños, como si hubieran estrechado su mano y besado su mejilla, como si lo hubieran visto apagar ochenta velas de un solo soplido. 

Una hermosa probadita de México le ha regalado Pixar al mundo, para orgullo nuestro. Una hermosa carta de amor en estos tiempos donde otros se empeñan en sembrar odio y rencores. 

Y quién sabe. Quizá nuestros muertos sí vienen cada año a gozar del amor que aún se les tiene. Habrá que picar el papel y escribir las calaveras.


sábado, 28 de octubre de 2017

Seño



Con Tamara iba a veces por un helado a las nieves de Adiós a tu presumida, La Presumida pa los cuates. La heladería es un pequeño local que evidencia a un propietario acumulador/coleccionista que exhibe una gran colección de latas  y de juguetitos de huevo Kinder demasiado polvosos, además de fotografías de nuestros Diablos y nuestro santo patrón Saturnino Cardozo. Son mis helados preferidos y me gusta decir que son los mejores helados del mundo.

Pero bueno, la cosa es que cuando íbamos por un delicioso helado, el señor que atiende, al momento de preguntarnos sobre el sabor de nuestro helado, cuando se dirigía a mí me llamaba joven pero cuando le solicitaba el pedido a Tamara le decía seño. Esta curiosa situación era motivo de bromas y risas entre nosotros ya que yo soy cuatro años mayor que Tamara, y además tengo un hijo.

Es que a pesar de que el seño es indefinido ya que se puede referir a una señorita o a una señora, la verdad es que es una palabra vieja y amable para dirigirse a las señoras: la seño, la señito (cuando iba al kínder no teníamos misses, teníamos seños; y yo, según recuerdo era el consentido de la Seño Pili). Es rarísimo que se le diga a una mujer joven.

Pero en todo caso, es la palabra perfecta para dirigirse a una mujer de más de 40 sin que sienta alusión alguna hacia su vida sexual. Ni ella se ofenderá con el señora, ni yo me sentiré ridículo llamando señorita a una señora de 50 años que me ha vendido unas golosinas.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Herencias de octubre


Los que me leen de hace tiempo saben que Gil se parece muchísimo a mí. Creo que lo he mencionado ya varias veces e incluso habrán visto alguna foto para corroborarlo. Los que no lo sabían ahora lo saben. Resulta que este maravilloso niño ha salido casi idéntico a mí, para mi orgullo y mi preocupación. Y ahí va él por la vida, sabiendo también que no sólo compartimos el nombre.

Ahí está él ahora, sorprendiéndome cuando al poner un disco (es que soy a la antigüita) escoge uno de José José o de Juan Gabriel. Y entonces se imaginarán que luego ahí estamos los dos cantando desaforadamente. Y ahí estamos también pasando horas sentados jugando juegos de mesa, en casa de mi tía Lupita, como hemos estado haciendo los sábados que le toca estar conmigo. Ni siquiera se nos duermen las nalgas de tan bien que la pasamos.

Supongo que llegado el momento también empleará “malas palabras” para expresarse, porque me ha escuchado desde pequeñito y porque trae los genes el pobre niño. Para pesar de mi madre.

Me gusta creer que sabiendo más o menos cómo se siente sobre ciertas cosas, basado en lo que yo sentía en situaciones parecidas puedo orientarlo mejor que con los clichés malhechos que casi todos recibimos, del tipo del “échale ganas” y el “piensa positivo”, o aquella otra estupidez de que el que se enoja pierde o que no debería llorar por nada.

Pero mi último gran gusto ha ocurrido el fin de semana que pasó, cuando el sábado disfrutamos juntos del juego 7 del campeonato de la liga americana. Lo mejor, los dos apoyábamos a los Astros y los dos despreciamos a los Yankees. Y leyendo cómo es que me apasiona el rey de los deportes se imaginarán lo contento que estoy explicándole, por ejemplo, el por qué si el bateador fue ponchado ha corrido hacia la primera base. O cualquier otra cosa de este apasionante deporte.

Ahí estoy también contándole anécdotas de juegos que vi cuando era niño y adolescente, junto a mi padre. Sólo que nosotros mirábamos el televisor callados, y las anécdotas a mí me las contaban los señores que salían en la televisión. 



lunes, 23 de octubre de 2017

Señoras y señoritas



Cuando era pequeño pensaba que la diferencia entre señora y señorita era la edad. No sabía con exactitud hasta que edad una mujer dejaba de ser señorita para dar ese molesto salto y ser señora.

Después, supe que se convertían en señoras al casarse, así que señoritas serían las solteras y solteronas. Cuando se matrimoniaban parecían convertirse en propiedad de su marido a tal punto que perdían su apellido: la señora Pérez en vez de la señora Paty  o la señora Monroy, como se apellidaba de soltera, de señorita.

Recuerdo que mi madre firmaba como Reyes de López en vez de Reyes Martínez. Recuerdo también que eso era lo normal. Y aquí sí tenía sentido que un marido dijera que esa señora era de su propiedad si ella misma decía ser “de” el apellido de su esposo.

Lo que no recuerdo es la edad que tenía cuando supe que la verdadera razón para dejar de ser una señorita consistía en la pérdida de la virginidad, la pérdida de "la virtud" dicen otros. Pero esa chica que ha dejado de ser “doncella” no se convierte en señora al dejar de ser señorita, muta en algo más feo, en cualquier eufemismo de puta para mayores referencias.

Ahora tenía un sentido –algo retorcido– aquello que había escuchado y que me había hecho tanta gracia cuando se habían referido a alguna mujer cincuentona como señora, y otra persona había intervenido al instante: es señorita. Una orgullosa señorita me imagino, que pudo conservar su virtud y casi casi alcanzar la santidad. Al menos tenía algo en común con la madre de dios, pero aquella mujer no era solterona, y ahí hay una graaaaan diferencia. Pero aun así, aquel acomedido salvaguardaba la honra de la “señorita”.

Y es que en teoría una mujer se casaba y dejaba de ser virgen el mismo día, así que el cambio de apelativo sí iba de la mano de su vida sexual. 

Pero la cosa es que es el sexo lo que determina el título de una mujer. Lo mismo que ahora supuestamente establece si una chica es una “niña bien” o no. Porque podrá ser todo lo vulgar que quiera pero si no coge es niña bien. Como dios manda.



viernes, 20 de octubre de 2017

Frases beisboleras I



Hay muchas frases beisboleras que se han ido acuñando con los años, algunas que han permeado a varios aspectos de la vida –al menos acá en México– como aquella de que esto no se acaba hasta que se acaba, y aunque el sentido estricto de esta frase sólo sea beisbolero, ya que no es lo mismo que en un partido de futbol quede un minuto en el reloj si pierdes por cinco goles, mientras que un strike de vida es un mundo de posibilidades, literalmente.

Pero hay una frase que define al juego de pelota (éste, no el de mis ancestros) Pitching is the name of the game, Pitcheo es el nombre del juego. La cosa es clara, de nada sirve un orden al bat lleno de grandes bateadores si no se tienen buenos pitchers.

Recordé aquella gran generación de pitchers de los Bravos de Atlanta de los noventas, aquella que decían que era el mejor pitcheo abridor de las ligas mayores: Tom Glavine, John Smoltz y primero Steve Avery, y luego quien ganaría cuatro Cy Youngs (el premio al mejor pitcher del año) Greg Maddux. De hecho Smoltz y Glavine también ganarían esos premios.



Pues ese gran pitcheo abridor sólo pudo ganar una Serie mundial, en 1995 a Cleveland, teniendo que jugar siete partidos, con un espectacular juego de 1 – 0 en el séptimo partido. Este grupo ganó más de diez títulos divisionales y jugó cinco Series mundiales, pero sólo ganaron un campeonato.

Tendría que revisar estadísticas porque eso no lo recuerdo, para ver si es que les hicieron las carreras a estos grandes lanzadores o si como dije en un posteo anterior no tenían un buen pitcheo de relevo y sus grandes actuaciones valieron un cacahuate.

Generalmente la frase se cumple, lo saben los rivales de Madison Bumgarner o de Orel Hershiser.

lunes, 16 de octubre de 2017

Bloqueos y accidentes



Veamos, me accidento y quedo inconsciente, o muero, que todo puede pasar. La primer persona acomedida que se acerca a mí y que busca en mí información para dar aviso de mi desafortunada situación a mis familiares encuentra una cartera sin datos personales y un celular al que no puede acceder debido a la contraseña que tiene. ¡Puta! ¿A quién chingados le avisa que me llevó la chingada?

Mi cartera no trae datos por aquello de la inseguridad, de las extorsiones, ¿quién en su sano juicio expone sus datos personales a cualquier desconocido que pueda obtener su cartera por cualquier medio? En este país, en estos tiempos, casi nadie.

De nada sirve la información que se pueda obtener del celular si éste está bloqueado.

Pero el bloqueo del celular ha cambiado bastante en muy pocos años. Antes bloqueabas el celular para que no se marcara sin querer mientras estaba en la bolsa de tu pantalón o en la bolsa de cualquier mujer. Cualquiera podía desbloquearlo y usarlo. Luego, los fabricantes de celulares idearon todo tipo de formas para evitar que ese cualquiera pudiera acceder a “tu privacidad”.

Aunque lo que yo veo en mi cotidianidad es que los celulares se bloquean para que las parejas no puedan acceder a la vida de sus parejas. Que no pueda ver con quien hablas ni con quien la podrías o la estás engañando.

En mi caso, no tiene mucho tiempo de que mi celular cuenta con un código de desbloqueo. Se lo puse hace poco, pero la razón para hacerlo fue que en el celular tengo acceso a todas mis redes. Quien lo tuviera en las manos en caso de pérdida o robo podría acceder sin restricción a mi whatsapp o mi cuenta de facebook, a mi cuenta de Google, mi correo y mi cuenta de Blogger, podría acceder al blog como propietario, y también a todas mis fotografías.

Pero para el caso da lo mismo. ¿Quién podría avisar a tu gente que algo te pasó?