martes, 26 de enero de 2016

Escribamos viejas cosas nuevas


Alguna vez pensé –es una idea que cruzó mi mente varias veces– que qué sentido tendría escribir sobre alguna cosa, de algo sobre lo que ya han escrito cientos de personas, varias de ellas, con más destreza que tú: exponiendo el tema y diciendo las cosas mejor y más precisas. A veces diciendo lo que no pudiste por tu falta de pericia.

Leía el poema de Morgana con el que inaugura el número de la Revista Ultraversal sobre el mundo el demonio y lacarne, y termina con una frase que me dejó pensando y me animó a escribir esto: escribamos viejas cosas nuevas y estrenemos el alma. Soberbia frase.

Y es precisamente lo que hacemos los que escribimos. Sí, escribimos sobre eso que ya ha sido escrito infinidad de veces, pero son cosas nuevas nacidas de nuestra alma (estoy convencido de que de ahí me sale todo lo que tecleo). Creo sinceramente que nuestra alma se estrena al escribir regularmente.


También al leer cosas salidas del alma de otro. Y es fácil distinguirlas de entre la marea de trivialidades que hay en la red.

jueves, 21 de enero de 2016

Confesiones de un sentido



Sé que soy un saco lleno de defectos. Sé también que poseo algunas cualidades. Creo que me conozco. Creo que sé de qué pie cojeo y cuál es la piedra con la que sigo tropezando así me hayan dicho más de cien veces que ya no haga las mismas pendejadas. Así me hayan tonteado, preguntando si acaso soy así de imbécil y vuelvo a hacer lo mismo.

Dicen también –las buenas lenguas de las buenas conciencias– que uno no debe tomarse las cosas personales. Que las cosas sólo nos hacen daño si nosotros dejamos que así suceda. Que deberíamos dejar que las cosas pasaran sin que nuestra piel se manchase siquiera con la sombra de una duda mal venida.

Pero aquí sigo. Sintiéndome por cosas que alguien me hace o que alguien hace sin intención pero que a mí me lastiman. Tomándome las cosas personales porque no veo que haya otra puta manera de tomarlas si son dirigidas milimétricamente hacia mí. Ofendiéndome por cosas que fueron hechas sin esa intención pero que tampoco fueron cuidadas para que no las malinterpretara.

Sé cómo son las cosas y sé cómo deberían ser. Pero también sé quién soy y las cosas que me duelen.

martes, 12 de enero de 2016

Dos tipos de mujeres...



Hay muchos hombres –no sabría qué porcentaje, pero una buena mayoría– que dividen a las mujeres en dos categorías: con las que te puedes –y debes– divertir, y con las que podrías –o deberías– casarte y tener hijos. Resumiendo, con la puta te diviertes y con la casta te casas.

Recuerdo que durante los meses posteriores a mi separación conyugal, en una reunión familiar, un primo hacía las más fervientes invitaciones a un retiro matrimonial; un retiro de esos en los que los matrimonios se arreglan gracias a la bendición divina. Como yo participaba en la conversación, me mencionó que también tenían disponibles retiros destinados a personas divorciadas –si bien yo aún no estaba divorciado–.

Le respondí que yo buscaba una mujer medio pervertida con la que fuera divertido estar, no una santurrona que había ido a buscar a su próximo marido a una reunión religiosa. Qué tal que ahí se hablaba de una prohibición de sexo oral o anal: ni lo mande dios, que mis técnicas de cunnilingus cada vez son mejores (encontré una posición para no padecer de dolor de cuello), presunción aparte. Y como dijera mi buen Gavrí, la verdad no es prepotente.

Bromas aparte, lo que me queda claro es que una mujer sigue valiendo socialmente en función de su sexualidad, en una relación inversamente proporcional a los hombres con los que ha estado. Tantos años después la reputación de una mujer sigue dependiendo de sus encuentros sexuales.

Pero como ya he dicho, debería estar prohibido casarse con una virgen.

miércoles, 6 de enero de 2016

El día de Reyes.



Creo que el día de Reyes es uno de los días que más ilusión te hacen cuando eres niño, y también uno de los que más disfrutas cuando eres padre, y te conviertes en uno. El deseo por recibir los regalos anhelados y el placer que te da el poder dar alegría a tu hijo. Una alegría incomparable.

Es también una de las grandes decepciones de la vida, para muchos la primera. El primer encontronazo con la realidad, cuando caen en cascada o avalancha las ilusiones de la niñez más bella.

Recuerdo que afirmaba con vehemencia, dueño de una verdad que nadie se atrevía a contradecir, que los Reyes se posaban en las nubes y desde ahí veían –con claridad impresionante– y evaluaban –consentidoramente– todas las cosas que hacíamos y dejábamos de hacer.

Recuerdo aún la alegría que sentí al ir escaleras abajo acompañado de mis hermanos para descubrir lo que mágicamente nos había sido entregado.

Me acuerdo también del primo que haciéndose el listillo nos presumió que él sabía quiénes eran los Reyes Magos, igual que de nuestra estúpida respuesta pidiendo que nos lo dijera.

También puedo evocar la ilusión de la primera vez que salí a comprar los presentes para mi niño y la felicidad en su rostro al ver la mágica sorpresa.