Soy Gildardo como mi padre, él es Gildardo
por haber nacido un 8 de junio, día de san Gildardo (un obispo según el
calendario, del que desconozco los actos milagrosos que lo llevaron a
convertirse en santo y ocupar así un lugar en el calendario), aunque también
día de Medardo o Gaudencio (por fortuna fue Gildardo).
Aunque mi padre desde niño es conocido en
su familia como Jaime. La razón nadie la conoce, pero todos tienen una
hipótesis. La mía es que mi abuelo lo quería nombrar Jaime pero a la hora de registrarlo
siguió la tradición de escoger un nombre correspondiente del calendario, el de
Galván, como dictaba la tradición.
Mi hijo también es Gildardo (la tercer
trilogía familiar, sumada a los Edmundos y los Julios). Y aunque casi nadie me
cree, su nombre no lo escogí yo, lo eligió su madre (dice haberlo soñado
parecido a mí). Cosa que ahora no debe hacerle nada de gracia, ya que además el
niño es, según su palabras, un clon mío.
La verdad es que si bien no sabía como
nombrarlo, no quería que llevara mi nombre. Un nombre poco común al que mucha
gente estúpida (o con severas deficiencias auditivas) responde un tonto –¿cómo?–
después de haberlo escuchado. Un nombre que otros tantos idiotas (igual exagero
y sólo son disléxicos) no pueden leer, como si de un apelativo alemán se
tratara. Nadie tuvo nunca problemas para nombrar a ningún Gilberto, pero, a
pesar de compartir el mismo número de sílabas y letras, conmigo seguido ocurría
alguna pifia, algunas garrafales.
Aun así, no me iba a negar a que mi hijo
llevara mi nombre, a que fuera nombrado en mi honor, a que fuera Gilito como yo
lo fui antes. Y ya también ha tenido disgustos debido a la sordera o dislexia
de sus interlocutores; no obstante, ha dicho ya –si bien es muy pronto para
poder asegurarlo– que llamará Gildardo a su hijo cuando lo tenga.
Podría nacer así el cuarto Gildardo de la
familia, podría ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario