Mi México es –sigue siendo– un país
machista. Te das cuenta en el trato con la gente, cuando escuchas hablar a las
personas; sea en su casa, en el metro o en la fila para el trámite
gubernamental. No cuando hablan de cómo debería ser el mundo, de las cosas
buenas de la vida y de que deberíamos vivir cada día como si fuera el último. Éstas pláticas viven en lo políticamente correcto y los lugares comunes. No son
reflejo de la verdad.
La vida sexual de una persona sigue
estando dividida entre el cabrón y la zorra, la cabrona no existe, muta en puta
en automático. Pero depende el eufemismo.
Un machismo amamantado por las todavía
“abnegadas” madres, que se niegan a cambiar la tradición. Que se indignan si su
hijo ayuda a su mujer cotidianamente en las labores hogareñas, pero que
secretamente desean que el desobligado yerno fuera igual, igual de acomedido. Y
que no hubiera salido “pegalón”, porque, “pues ni modo, es tu marido y lo
tienes que aguantar, piensa en tus hijos”.
El clamor de moda es “Ni una menos”. Por
desgracia, todas las manifestaciones –en físico o virtual– de poco servirán, se
trata de un asunto de educación, de lo que se mama en casa, de lo que vemos y
escuchamos todos los días.
Sería lindo un mundo donde no existieran
seres abusados. Sean mujeres, hombres, niños o animales.
Ya pasaron cuatro años desde que escribiste este texto reflexivo sobre el machismo y el abuso.
ResponderEliminarLas mujeres siguen muriendo y por el momento no son más que estadísticas y pan para las noticias sensacionalistas.
Tal cual, Gildo, todo es cuestión de educación en la familia y en la escuela.
Un abrazote y beeesos.