“Nadie supone nada, el que dice supongo
sólo afirma sin ánimos de ofender”. Decir que suponemos cuando queremos
afirmar, es una forma de expresar lo que pensamos suavizándolo, tratando de no
ofender al otro con nuestras ideas contrarias, esperando no parecer
intransigentes.
Así nos enseñaron desde niños, a
empequeñecernos. Aprender que nuestra opinión no es lo suficientemente válida
para afirmarla y tener que recargarla en la muleta de la duda; aprendimos
también a hablar de nosotros en tercera persona o en un incoherente plural,
para no parecer presuntuosos y llenos de vanidad. A sonar lo más amables que se
pueda: diplomáticos e hipócritas, con falsa modestia y falsa humildad.
Por qué se habría de ofender el otro de
que pensemos diferente a él. A menos, claro, que nuestra actitud fuera agresiva
y el volumen de nuestra voz hubiera subido de tono, evidenciando una agresión.
Si esto no pasa tenemos todo el derecho de pensar distinto.
Decir supongo,
creo, me parece, en vez de un rotundo “sé”. Pero además en pleonasmo: yo supongo, yo creo, a mí me parece. “Es o no es, cómo que crees”, me gritó
una vez mi padre ante mi vacilante “yo
creo que…” Pero como decía, así nos enseñaron, a mí al menos. Así aprendí.
Y me cuesta muchísimo trabajo dejar de usar el simpático pleonasmo y afirmar lo
que sé y lo que pienso: sin suavizarlo, sin querer quedar bien con los demás.
Cuando lo formulo en mi cabeza suena agresivo, así que me autocensuro y voy por
lo seguro y aceptado. Casi nadie quiere parecer un mamón sabelotodo. “Smart
ass” dicen los gringos, me gusta la expresión.
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