domingo, 21 de junio de 2015

Apuntes sobre ser padre (I)


Han sido varias veces las que –después de haberme convertido en padre– alguna que otra persona me ha dicho, en un tono entre broma y reproche, que ya me ha llegado el tiempo de pagar todas las cosas que hice, como hijo, por supuesto. Que con mi hijo saldaré las cuentas atrasadas con mis padres por mi mal comportamiento.

También más de una vez he reprochado que no tengo ninguna preocupación sobre esto, ya que fui un buen niño: obediente y temeroso, estudioso –no sé qué habrá pesado más, el temor a las represalias paternas o el gusto por las buenas notas–, tranquilo y mustio. El sueño de cualquier maestra escolar.

Como ya he contado anteriormente (de identidades) fui un niño modosito y bien portado. Buen católico.

Mi hijo –para fortuna o desgracia suya– es casi igual a mí (yo diría que 95%). Y se ha cumplido el viejo adagio: estoy disfrutando de un niño increíble, bien portado y con buenas notas (aunque éstas no me interesan, sé que no tienen valor alguno), muy amoroso, con el que pasar el tiempo es la mayor bendición y lujo que puede existir. Se les cumplió la “fatal” profecía (ríome).

Sé que soy muchas cosas, cosas desagradables, conozco mis defectos y a la mala convivo con ellos. También sé –esperando no pasarme de presuntuoso– que soy un buen padre, y eso en verdad me enorgullece. 


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