Me gustaría tener el valor y la ingenuidad
del que escribe un bodrio y lo publica pregonando a los 4 vientos que ha
escrito una novela. Me gustaría tener la confianza excesiva del que se dice
escritor sin que sus textos posean un poco de gramática y sintaxis, o el que se
nombra poeta, y crea versos infantiles de rimas simplonas. Del que se cree
artista porque se organizó una exposición y exhibe sin pudor sus obras
malhechas. Incluso, me encantaría ser el narcisista que se la pasa hablando de
su grandeza, aun si todos saben que es un imbécil. Mucho más en este mar de
halagos baratos, en serie, que buscan seducir más que apreciar; pero de
críticos frustrados, que no pueden apreciar la belleza y profundidad que habita
en un alma atormentada, de un artista: loco y poeta.
Me daría pena, pero sí me gustaría.
Me tocó más bien estar en el bando de los
que desconfían del poco o mucho talento que poseen. De los que no se la creen y
suponen que cualquiera es mucho mejor que ellos. De los que temen hablar bien
de ellos mismos pensando que los demás los tomarán por patéticos ególatras
enamorados de sí mismos. Los que andan a tientas esperando no regarla, no
decepcionar a nadie. Cómo si a alguien le importara. De los que temen a las
críticas, magnificándolas, despojándoles de su justa dimensión. Un puñado de
enfermizos inseguros, temerosos de su sombra.
También me doy pena a veces, pero se
aprende a vivir con uno.
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