Hace mas o menos año y medio, quizá dos,
una mañana de sábado o domingo, mi hijo despertó sollozando, casi llorando. Se
le veía preocupado, víctima de un mal sueño. Lo abracé, lo besé, le dije que
sólo era una pesadilla y que su papi estaba ahí con él, que no pasaba nada, que
nada más era un sueño. No reaccionó. Seguía sufriendo, entre dormido y
despierto, frunciendo sus cejas y apretando sus ojos. Yo no dejaba de abrazarlo
y besarlo, diciéndole las mismas cosas para intentar calmarlo. Al cabo de unos cinco
o siete minutos abrió los ojos y me contó el motivo de su pesar: había soñado
que me moría.
No acostumbro decirle mentiras, pero tuve
que decirle que iba a estar con él siempre. No dejé de abrazarlo. Prendí la
tele para ver si había algo lindo para ver, para que olvidara su horrible
sueño.
En las recientes vacaciones decembrinas,
una noche me despertó con un fuerte grito: Nooooooo. Lo abrazo, lo beso, le
digo que su papi está con él y que sólo fue un mal sueño. Me dice que soñó que
me moría. Que unos monstruos lo atacaban y que al defenderlo, caía por un
precipicio y moría.
Entre nuestras lágrimas, me hizo sentir
muy especial al decir que soy la persona que más quiere en su vida. Aunque soy
muy gruñón a veces, me esfuerzo por ser un buen padre. Lo intento. También me
dijo: –Tú me proteges a mí, pero a ti quién te cuida. Me hizo sentir muy amado,
muy feliz, pero pequeño y jodido también. Creo también que es tan evidente la
mala relación que tengo con mis padres, que por eso considera eso.
Tomando las cosas por el lado amable: afortunadamente
se parece a mí y no a su madre (ella dice con pesar que es un clon mío), porque
ella, siendo niña, una vez soñó que una tía suya moría; cuando despertó le
informaron que la tía estaba muerta. Pero también me recordó “El gran pez”, cuando
el papá cuenta el chiste sobre el cuervo que le dice que su padre morirá, pero
muere el lechero. Como dijera Quico: Qué cosas no.
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